Lizmark, el geniecillo azul, un lustro después de su partida

Acapulco, Guerrero, ha sido sin duda, un lugar por demás importante en la historia de nuestro país, es y será por mucho tiempo, el lugar favorito del turismo nacional e internacional por muchas cosas, pues a pesar de que existen otros lugares, como Acapulco no hay dos.

De entre tantos personajes importantes dentro del deporte, hubo uno en especial, que nos hizo emocionarnos como ninguno, un hombre que empezó siendo un clavadista en “La Quebrada” y terminó siendo campeón mundial de lucha libre, me refiero a Lizmark.

Y más que hacer un anecdotario o una reseña, bien valdría la pena hablar de él como aficionado, porque si alguien sabía luchar para el público, sin duda fue Lizmark, un hombre que desde que debutó, hasta su retiro, nunca cambió de bando, técnico llegó, y técnico se fue, y no era para menos, porque sobre el ring, daba cátedra de lo que es la lucha libre: una lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad, entre la técnica que se perfecciona en el gimnasio y la rudeza que se lleva en la sangre.

Lizmark era un luchador de esos que poco a poco fueron desapareciendo, un hombre que lucía un físico digno de un ídolo como lo fue, de esos que era atento con el público, que nunca se negó a una foto, a un autógrafo, el que llegaba bien vestido a la arena y así salía, ese que nos emocionaba cuando se aventaba en plancha hacia afuera del ring, ese era Lizmark.

Pero todo tiene un precio en esta vida, y llegar hasta donde llegó no fue gratis, su cuerpo lo resintió y en sus manos se notaba el dolor de cada batalla que tuvo, manos que tantas veces le levantaron en señal de victoria, sus rodillas, en fin, muchas lesiones provocadas por esa necesidad de brindarse al público que pagaba un boleto para verlo, porque eso hacen los ídolos: brindarse a su gente.

En equipo o en solitario, siempre brilló por su calidad, realmente no hubo nada que se le pudiera reprochar en su carrera, ganó a quien tuvo que ganar, ganó las cabelleras que tuvo que ganar y su carrera terminó sin que nadie pudiera quitarle esa máscara suya, insisto, no dejó nada pendiente.

Cinco años en los que lo seguimos recordando y deseando que haya mas luchadores como él, de esos que no pierden el piso, de esos que con esfuerzo consiguieron que la gente los llamara “ídolos”, de esos que hoy muchos dicen que les aburre verlos sobre el ring.

Gracias a Lizmark por tanto, y después de 5 años, su legado sigue no solo en su descendencia, sino en los recuerdos de aquellos que tuvimos la dicha de verlo en un ring…

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